"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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LOS 5 ELEMENTOS

LOS CINCO ELEMENTOS © Jordi Sierra i Fabra 1989, 2006 Un viejo patriarca chino que poseía un pedazo de tierra del que extraía el sustento para su familia, se sintió un día viejo y agotado por la vida. El anciano, llamado Ch’in-tsung, tenía cinco hijos gemelos que eran el mejor de sus tributos. Temeroso de que pudiera morir antes haberles legado sus escasas posesiones de la mejor manera posible, le dijo una noche a su esposa: —Tenemos cinco hijos maravillosos, que se quieren y respetan, pero me da mucho miedo que, cuando yo falte, puedan pelearse entre ellos por lo poco que tenemos. —Deberías nombrar un cabeza de familia para ese momento —le dijo Ming-yai, su mujer. —¿Y cómo hacerlo, si son cinco y nacieron la misma noche? —¿Por qué no se lo preguntas? Los cinco hijos de Ch’in-tsung estaban bailando en aquel momento en torno a la hoguera que alimentaba su noche. Su padre les miró con orgullo, sabiendo lo que sucedería a continuación. Pero aún así hizo la prueba que su esposa le pedía. Los llamó, les hizo sentarse y les preguntó: —Decidme, hijos, si tuvierais que escoger a uno de vosotros para que tome mi lugar el día de mi muerte, ¿a quién elegiríais? Los hermanos intercambiaron rápidas miradas de asentimiento. —Yo escogería a mi hermano P’ang —dijo Hu—, porque él representa la armonía de nuestra casa y un hombre que canta es siempre un hombre feliz. —Yo escogería a mi hermano T’sui —dijo P’ang—, porque un hombre culto es siempre un hombre justo, y la justicia es la marca de la honradez. —Yo escogería a mi hermano Yao —dijo T’sui—, porque es el más listo de todos nosotros y razona siempre con lógica, y un hombre lógico es un hombre perfecto. —Yo escogería a mi hermano Ai —dijo Yao—, porque la habilidad es un símbolo de supervivencia y él tiene soluciones para todo, siendo por tanto un hombre equilibrado. —Yo escogería a mi hermano Hu —dijo Ai—, porque vive en paz con la naturaleza y ella le corresponde dándole lo mejor de sí misma. Con él, la tierra le entregará la vida. Ch’in-tsung y su esposa se miraron tan orgullosos como convencidos de que la elección del futuro cabeza de familia no sería fácil. Unos días después, el anciano tuvo la idea que le llevaría a determinar cual de sus hijos era el indicado para suplirle, así que volvió a reunirles aquella misma noche. —Hijos míos —reflexionó—. Cinco son los elementos que conforman la existencia: la madera, el fuego, la tierra, el metal y el agua. Todo gira en torno a ellos. Decidme cual de los cinco os parece el más importante, y en base a vuestras respuestas tomaré mi decisión. Ming-yai y él esperaron un rato, a que decidieran a solas. Pasados unos minutos volvieron los cinco jóvenes a presencia de sus padres. —Dime, T’sui —le propuso en primer lugar—. ¿Cuál de los cinco elementos prefieres tú y por qué? —Sin lugar a dudas el fuego, padre —respondió el muchacho—. Y la razón es tan simple como comprensible: amo la cultura, todo cuanto nace en la mente humana, y la cultura es como el fuego, un gran fuego que enriquece la vida, la hace comprensible, y la impulsa con su calor. Quedó complacido Ch’in-tsung por la respuesta de T’sui y acto seguido se dirigió a P’ang. —Mi elemento favorito es el agua, padre —dijo él—. ¿Acaso la música que tanto amo no fluye igual que ella? ¿Acaso la armonía no es como un manantial interior que te llena y te sublima? De la misma forma que el agua es indispensable para la vida, la belleza del arte lo es para el espíritu. Emocionado por las respuestas de sus hijos, Ch’in-tsung esperó la respuesta de Ai. —Mi elemento favorito es la madera, padre —habló el tercero de ellos—. Siendo como soy un hombre hábil, con ella puedo levantar ciudades lo mismo que construir una simple muñeca con la que juegue una niña. La madera nos protege, nos rodea, nos cobija, nos calienta, se convierte en vida en nuestras manos y, puesto que yo amo cuanto nos da, es lógico que la ame a ella. Yao, el cuarto de los hermanos, habló a continuación: —Mi elemento favorito es el metal, padre —aseguró—. Hoy nos sirve también para construir casas tanto como para labrar los campos o proporcionarnos pequeños placeres cotidianos. Fabricamos un juguete con un cuchillo o talamos la madera un árbol con el filo del hacha. Pero más allá del presente, el metal es el progreso del futuro. Algún día todo el mundo será de metal y el ser humano se beneficiará de ello. Quedaba el último de los jóvenes y Ch’in-tsung aguardó sus palabras. —Los cinco elementos son esenciales, padre —meditó Hu—, pues ellos conforman el todo en el cual vivimos. Sin el fuego moriríamos, devueltos al tiempo de la oscuridad; sin la madera careceríamos de protección y calor; sin el metal no tendríamos herramientas para el trabajo; y sin el agua nada germinaría en ellos. Sin embargo mi elemento favorito es la tierra, pues ella es lo único real, aquello que permanece más allá de nosotros. Mi amor a la naturaleza es mi amor por ella, por esta tierra que nos ve nacer, crecer y morir, que es la vida y el presente, pero de la cual procedemos en el pasado y que seguirá estando aquí en el futuro, incluso dentro de un millón de años. Cinco hijos, cinco elementos, y cinco elecciones distintas. Ming-yai estaba segura de que el problema persistía, pues las respuestas de sus hijos le parecían todas ellas equilibradas y maravillosas. Sin embargo advirtió la sonrisa feliz y complacida de su esposo. —Uno de vosotros coincide conmigo —anunció el hombre. Los muchachos esperan que continuara. Y lo hizo. —Vuestras respuestas han sido perfectas, hijos míos —habló con mesura—, y han estado revestidas por la razón, la lógica y el buen juicio. Además, habéis sido honestos. Ninguno ha tratado de intuir cuál era mi preferencia, y habéis asumido la vuestra con orgullo y honor —su padre abrió los brazos, como si así pudiera estrecharlos al unísono contra su pecho—. Yao ha elegido el metal, por su fuerza y pensando en el futuro. Ai la madera, porque nos cobija y nos da calor. P’ang ha preferido el agua, que es la fuente de la vida. T’sui el fuego, símbolo de los símbolos, como el sol lo es de cada día. Hu, por último, ha citado la tierra, que es la seguridad. —No hay diferencias entre ellos —manifestó Ming-yai. —No estés tan segura, esposa mía —objetó Ch’in-tsung—. Todos sois hombres de paz —se dirigió de nuevo a ellos—. Estáis revestidos de los mejores dones, y sin embargo también hay un lado oscuro en vuestras elecciones. Yao no ha pensado que el metal también es la fuerza de la guerra, ni Ai que la madera es frágil y se desvanece con el fuego, ni T’sui que el fuego es la ira de los dioses o P’ang que el agua a veces escasea y otras nos ahoga con su turbulencia. Y tampoco es que la tierra se libre de lo negativo, pues ella es capaz de estremecerse unas veces y de lanzar el poder del abismo por sus bocas, y también puede negarnos sus frutos o gritarnos su cansancio. Sin embargo Hu tiene razón en una cosa: la tierra permanece, y ella es la que nos mantiene desde el pasado, nos alimenta en el presente y nos conduce al futuro. La tierra es eterna, y por la tierra quería yo que uno de vosotros fuera el cabeza de familia el día que falte, para que nunca la perdáis, ni la dividáis, ni le deis la espalda dándola a vosotros mismos. P’ang, Tao, Ai y T’sui miraron orgullosos a Hu. —Su respuesta ha sido la mejor, desde luego —comentaron. Ch’in-tsung lanzó una carcajada. —Os equivocáis —dijo—. Todas vuestras respuestas han sido maravillosas, y las habéis formulado con el corazón tanto o más que con la razón. Pero lo cierto es que mi padre me enseñó una máxima que he tenido en cuenta en este caso. —¿Cuál es esa máxima? —preguntaron —Que no habiendo nadie mejor o peor, hay que escoger siempre al menos malo… o al que coincida con uno mismo. Todos rieron, incluida Ming-yai. —Por suerte seguirás siendo el cabeza de esta familia durante muchos años —dijo la mujer. —Confucio dice que los bueyes son lentos, pero que la tierra es paciente —reflexionó Ch’in-tsung—. Y yo añadiría que el hombre pasa rápido, demasiado, aunque afortunadamente deja sus semillas en ella. Abrazó uno a uno a sus hijos, y después reunieron madera que cortaron con sus hachas de metal, bebieron agua, hicieron un fuego y los cinco muchachos bailaron a su alrededor, como hacían tantas y tantas noches.

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